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La edición de la Vuelta a España sumó un capítulo inesperado en Bilbao, donde las protestas contra Israel obligaron a suspender el final de la etapa. El pelotón vio detenida su marcha a tres kilómetros de la meta, con el cronómetro detenido y sin un vencedor oficial. La decisión respondió a motivos de seguridad, luego de que la tensión en las cunetas creciera con banderas y consignas políticas.

El calor del público vasco, que siempre ha hecho del ciclismo una fiesta, se mezcló esta vez con la reivindicación política. El equipo Israel Premier-Tech se convirtió en el centro de las críticas, en un contexto internacional marcado por la situación en Gaza. Incluso antes de tomar ritmo de carrera, pancartas y manifestantes bloquearon por unos instantes la salida.

En lo estrictamente deportivo, la etapa ofrecía un trazado de montaña exigente. Fugas como las de Soler, Pedersen y Aular animaron los primeros tramos, aunque Visma controló la situación. Más tarde, Mikel Landa encendió la ilusión de los suyos en el Alto del Vivero, pero problemas físicos lo relegaron antes del desenlace.

El terreno final tenía reservado un duelo espectacular en el Alto de Pike. Allí, Tom Pidcock y Jonas Vingegaard se destacaron del resto, dejando atrás a sus rivales. El británico fue combativo, pero el campeón danés mantuvo su temple. Cuando parecía que la definición se acercaba, llegó la orden de detener la carrera.

Así, la jornada que debía definir un nuevo vencedor se convirtió en símbolo de la intersección entre deporte y política. La Vuelta vivió en Bilbao un recordatorio de que la carretera, a veces, no solo la recorren ciclistas, sino también los ecos de la sociedad.