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Aunque parezca una tendencia reciente, la modificación del color del iris es una práctica que se remonta a hace casi dos mil años, cuando el médico grecorromano Galeno de Pérgamo realizó el primer tatuaje corneal hacia el año 150 d.C.

Su objetivo era camuflar las opacidades de la córnea mediante un procedimiento que consistía en cauterizar la superficie ocular y aplicar tintes elaborados con polvo de agallas de roble, hierro o sulfato de cobre.

Con el paso de los siglos, la técnica evolucionó. En 1869, el cirujano francés Louis von Wecker perfeccionó el método al usar tinta china y una aguja acanalada, dando origen a la keratopigmentación moderna, práctica que hoy continúa con fines tanto médicos como estéticos.

Actualmente, la keratopigmentación o tatuaje de iris se emplea para tratar ciertas afecciones oculares, como la fotofobia, la aniridia (ausencia de iris) o el albinismo, que provocan alta sensibilidad a la luz.

En los últimos años, sin embargo, ha ganado popularidad un procedimiento cosmético con láser que elimina la melanina del iris para dejarlo azul.

Aunque algunos estudios lo consideran relativamente seguro, no cuenta con aprobación de la FDA ni de otras agencias regulatorias, ya que ningún método para cambiar el color de ojos con fines estéticos está autorizado en el mundo.