Alexei Navalny, prominente crítico de Vladimir Putin, falleció a los 47 años en circunstancias misteriosas dentro de una de las prisiones más aisladas de Rusia. El Servicio Penitenciario Federal de Rusia confirmó su deceso en la colonia penal «Lobo Polar», donde se impone un régimen severo a los reclusos.
Navalny había sido trasladado a este centro en el distrito autónomo de Yamalia, situado en el Círculo Polar Ártico, en diciembre del año anterior, tras un período de incomunicación de dos semanas. Durante su reclusión, se le restringió severamente el contacto con el exterior, limitando las visitas y la comunicación por correspondencia.
Condenado a vivir en una celda que le negaba incluso la vista del cielo, Navalny enfrentó condiciones extremas que contradicen el artículo 73 del Código Penal ruso, que estipula que los reos deben cumplir su condena cerca de su domicilio o lugar de sentencia, aunque existen excepciones que facilitan su envío a prisiones lejanas.
A lo largo de su encarcelamiento, fue sometido repetidamente a castigos y confinamientos en celdas de aislamiento, conocidas como SHIZO, por supuestas faltas disciplinarias, según reportes de Amnistía Internacional.
Las prisiones rusas, herederas de los gulags soviéticos, son notorias por sus rigurosas condiciones. La colonia penal en la que se hallaba Navalny está en una región siberiana de difícil acceso, a la que en ocasiones solo se puede llegar por tren durante meses sin vuelos.
Los traslados entre prisiones, marcados por prácticas severas, prolongan el sufrimiento de los reclusos y sus familias, quienes permanecen sin noticias durante semanas. Testimonios de exreclusos, como Konstantin Kotov, describen un entorno de control absoluto por parte de las autoridades carcelarias.
Estas colonias, descendientes de los campos de trabajo forzado de la era estalinista, donde millones perecieron, albergan hoy a delincuentes de alta peligrosidad. A pesar de la dureza de su entorno, Navalny afirmó en una reciente aparición por video que prefería las condiciones de la colonia «Lobo Polar» a las de su anterior prisión, IK-6, aunque su aspecto visiblemente desmejorado y delgado contradecía sus palabras.
La colonia IK-3, su último lugar de reclusión, ocupa el sitio de un antiguo Gulag, evidenciando la persistencia de una cultura penal que combina el encierro con el exilio, una práctica ampliamente condenada por defensores de los derechos humanos.
Con información de la BBC.