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El réferi Christopher Young fue protagonista silencioso de una noche donde la disciplina de Jake Paul se desmoronó por completo. Tras recibir dos advertencias y conteos en el cuarto round por intentar pausar el combate ilegalmente, Paul pareció recuperar algo de vida en el quinto al impactar a Joshua con golpes largos. Sin embargo, la alegría le duró poco; el británico, con la frialdad de un veterano, contestó con un doloroso impacto al hígado y un golpe de poder al rostro que devolvió al influencer a su realidad defensiva.

Para el sexto asalto, el tanque de combustible de Paul estaba totalmente vacío tras haber evadido el choque directo durante toda la noche. El final llegó de forma brutal cuando Joshua encontró el ángulo perfecto mientras su rival estaba atrapado contra las cuerdas. Una mano derecha directa a la cara desconectó al norteamericano, quien cayó pesadamente al tapiz. La gravedad del impacto, que aparentemente causó una fractura de mandíbula, obligó a la detención inmediata de un pleito que ya no tenía razón de ser.

El análisis post-pelea subraya lo que muchos especialistas advirtieron: la diferencia de peso y altura anuló cualquier posibilidad de un espectáculo equilibrado. No hubo el intercambio de golpes «tú a tú» que la mercadotecnia prometía, ya que Joshua controló la distancia a placer y Paul se dedicó a sobrevivir hasta que su cuerpo no pudo más. La victoria por nocaut técnico fue el resultado natural de enfrentar a un peso pesado natural contra un oponente de menor calado.

Anthony Joshua abandona Florida con el objetivo cumplido y el brazo en alto, ratificando su estatus de figura mundial. Por su parte, Jake Paul queda con un récord manchado y la mandíbula lastimada, evidenciando que aún le queda un largo camino por recorrer si pretende competir con los nombres grandes del boxeo. La noche en el Kaseya Center cerró con la imagen de un Joshua dominante y un Paul que aprendió, de la manera más dura, las leyes físicas del cuadrilátero.