En días recientes, la presidenta Claudia Sheinbaum sostuvo un encuentro con representantes del sector privado para acelerar las inversiones estratégicas vinculadas al Plan México. Frente a las renovadas amenazas arancelarias del gobierno de Estados Unidos, el Plan México se erige como una estrategia ambiciosa, articulada y profundamente necesaria. Es una apuesta de Estado para que el país no solo crezca y sea más competitivo, sino que lo haga con dignidad, orden y soberanía ante un entorno global complejo.
Los vientos proteccionistas que soplan desde el norte obligan a México a acelerar el fortalecimiento de su mercado interno y a diversificar su base productiva. El Plan México es, precisamente, una respuesta ordenada y estratégica frente a esos riesgos. Y lo hace con una lógica sencilla pero muy poderosa: fortalecer el mercado interno y aumentar el contenido nacional en las cadenas de valor.
Este enfoque implica recuperar la política industrial que fue abandonada durante 30 años por las viejas recetas del neoliberalismo, aquellas que decían que la mejor política era no tener ninguna. En ese entonces se impuso una visión de libre mercado sin visión de largo plazo ni brújula social, y el resultado fue un crecimiento desigual, con polos de desarrollo desarticulados, zonas industriales sin planeación urbana y millones de trabajadores arrojados a la informalidad.
Con el Plan México se rompe ese paradigma. Se recupera el papel del Estado como estratega y facilitador, pero lo hace sin caer en dogmas: se trata de una política industrial moderna, que fomenta la inversión, que respeta al sector privado, y que pone reglas claras y horizontes compartidos.
Los objetivos a 2030 no son menores: llevar a México al top 10 mundial de las economías; logar que la inversión fija bruta esté por encima del 28%; generar al menos 1.5 millones de empleos formales en sectores estratégicos; aumentar 15% el contenido nacional en cadenas de valor estratégicas; recuperar que las vacunas se hagan en nuestro país; y que las inversiones sean sostenibles ambientalmente, entre otros. No es proteccionismo, es sentido común económico. La riqueza que se construye aquí, con nuestras manos, con nuestra tierra, con nuestro conocimiento, además de su impacto directo, trae consigo beneficios adicionales que refuerzan a otras áreas de la economía nacional.
Uno de los ejes más innovadores del Plan México es el impulso a los llamados «Polos de Bienestar», núcleos regionales con vocaciones productivas específicas —tecnología, farmacéutica, energías limpias, agroindustria— que estarán acompañados desde su nacimiento por inversión en “infraestrucrura habilitadora”: energía limpia, agua potable, carreteras, puertos, ferrocarriles, conectividad digital, pero también vivienda digna, transporte público, servicios de salud y educación, todo en función de la calidad de vida de los trabajadores y sus familias. Ya no se trata solo de atraer fábricas, sino de construir comunidades sostenibles. Lo que antes se hacía al azar, hoy se planea con rigor territorial y visión sostenible de largo plazo.
Y para que esta visión se materialice, el papel de la Banca de Desarrollo es clave, particularmente Nafin y Bancomext, tendrá la responsabilidad de financiar a las empresas mexicanas que formen parte de estas cadenas estratégicas. Se trata de empoderar al empresariado nacional, especialmente a las pequeñas y medianas empresas, para que puedan competir en igualdad de condiciones.
Las voces críticas sostienen que es estéril buscar atraer inversiones ante un clima de incertidumbre. Sin embargo, es justo ante esa incertidumbre que es imperativo posicionar a México como un socio confiable y como un destino atractivo a las inversiones. Por ello es fundamental acelerar nuestra posición competitiva y acelerar las inversiones dentro de nuestro país para fortalecerlo.
El Plan México es más que un programa económico: es una hoja de ruta ante un camino de turbulencia provocada por la reconfiguración geopolítica y ante un probable nuevo orden económico mundial. Es también la apuesta para recuperar nuestra soberanía energética, científica e industrial, y para construir una nación que crezca sin dejar a nadie atrás. Como en un juego de LEGO, cada pieza cuenta: el financiamiento, la infraestructura, la formación de talento, la planeación territorial y la vivienda.
Con visión, voluntad y coordinación, el resultado será sin duda un México más justo, más fuerte y con mayor bienestar.