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Frente a la propuesta comunista de la candidata Jara, triunfa la extrema derecha de Kast como resultado de cuatro años del gobierno de izquierdas encabezado por Boric. Un recordatorio para no olvidar que las izquierdas que llegan al poder prometiendo de más y entregando de menos, suelen ser la causa de la victoria de las ultraderechas.

Hoy, Kast es el presidente electo con más votos en la historia del país. No es de sorprender que un ciudadano que no recibe lo que se le prometió, que no percibe mejores condiciones de vida, que no disfruta del impacto directo de las políticas públicas ejecutadas y que no se siente satisfecho con la tibieza de los cambios o transformaciones de los que se habla desde tribunas o mítines políticos, inevitable y naturalmente, frente a sus propias carencias ideológicas e identitarias, decida expulsar a las izquierdas y catapultar a las derechas como una mejor opción.

Así fue como un país latinoamericano, hispanohablante y con un legado socialista revolucionario le dio a José Antonio Kast un triunfo con el 58.16% de los votos, dejando a la izquierda desdibujada y con una derrota no vista desde los años noventa. Durante el desarrollo de su campaña, colocó en el centro del debate y la conversación agendas de alto interés social, como la migración, la inseguridad y el estancamiento de la economía. Se encargó de sembrar y capitalizar el sentimiento de miedo entre los votantes frente a la delincuencia y la migración irregular, prometiendo el uso de mano dura.

En su caso, la tercera es la vencida. En su tercer intento, el candidato conservador, entendió los errores del pasado y no volvió a cometerlos. Se presentó como un candidato moderado, dejando atrás las agendas radicales que incluían temas como el rechazo al aborto, el feminismo y la diversidad sexual. Esta campaña se llenó de simbolismos que colocaban la situación de Chile como la de un Estado fallido, que requería una salida de “emergencia” llamada José Antonio Kast.

Se desvinculó de su anterior agenda controversial y antiderechos, que en 2021 le dio el triunfo a la izquierda encabezada por Gabriel Boric, y se apropió de la narrativa de orden y progreso; alejándose del plano de los valores y acercándose a la promesa de mano dura que promete corregir la inseguridad, reducir la criminalidad y delincuencia; así como frenar la migración. Aunado a ello, la candidata Jara nunca dejó de ser percibida como el proyecto de continuidad de un gobierno mal evaluado, ni desvincularse de su militancia comunista, que le costó la elección.

Valdrá la pena observar lo que está ocurriendo en Latinoamérica. Las izquierdas progresistas y reformadoras que aspiran a administrar el capitalismo sin cuestionarlo de raíz, limitándose a redistribuir la riqueza sin apostar por una transformación real, profunda y sin tibiezas, no solo minan su propia credibilidad, sino que están destinando a sus naciones a soportar los embates e intereses de gobiernos opositores. 

Estamos obligados a reflexionar sobre los resultados y las herencias que dejan las izquierdas indefinidas, aquellas que no cuentan con proyectos políticos claros más allá de los discursos sobre igualdad, humanismo, libre mercado y desarrollo de fuerzas productivas nacionales. Urge encaminarse al cumplimiento efectivo de las propuestas de campaña, incluyendo la materialización de una política de cero tolerancia al enriquecimiento ilícito y a las malas prácticas gubernamentales, que conducen al enquistamiento de la corrupción, que sostiene y tolera al propio crimen organizado.

Tres de los temas medulares que se abrieron camino y dominaron la agenda electoral en Chile, coinciden de manera reveladora, con las principales preocupaciones en México: economía, inseguridad y migración. Esto no es casualidad ni una excepción, tiene en sí una similitud que nace desde nuestro propio origen y las raíces que nos unen históricamente a los latinoamericanos y que hoy está marcando el destino de miles de ciudadanos.

Habrá que corregir el rumbo. Unir fuerzas con gobiernos aliados que no solo compartan el continente, sino también una visión común. Permanecer estáticos en esta ruta es anunciar un destino manifiesto, en el que los que menos tienen seguirán siendo carne de cañón para el establecimiento de regímenes políticos irresponsables.

No basta con administrar inercias ni con sostener discursos que no se traducen en transformaciones materiales. La historia reciente demuestra que cuando las izquierdas gobiernan sin proyecto, sin carácter y sin voluntad de ruptura real con las prácticas que dicen combatir, el vacío lo llenan fuerzas autoritarias que se presentan como orden, aunque su fondo sea exclusión y retroceso democrático. La extrema derecha no gana sola: es habilitada por los fracasos, las ambigüedades y las concesiones de quienes prometieron cambiarlo todo y terminaron preservándolo casi intacto.

Chile no es una excepción ni un accidente electoral; es una advertencia regional. Si las izquierdas latinoamericanas no redefinen con claridad su horizonte político, si no enfrentan de manera frontal la corrupción, la desigualdad, la inseguridad y la captura del Estado por intereses privados y criminales, seguirán empujando a amplios sectores sociales hacia salidas punitivas, regresivas y autoritarias. No hay mano dura que sustituya el ejercicio de los derechos humanos, pero tampoco hay justicia social posible sin gobiernos eficaces, coherentes y éticamente intransigentes.

El momento exige una decisión histórica. O se construyen proyectos políticos con rumbo, resultados y autoridad moral, o se seguirá pavimentando el camino para que las ultraderechas se normalicen como opción de gobierno. En política, los vacíos no existen porque siempre serán ocupados.

Mariana García Guillén

Mariana García Guillén es ex diputada local y ex coordinadora de programas sociales en Guerrero, licenciada en Derecho por la UNAM y cuenta con una Maestría en Democracia y Gobernabilidad por la UAM en España. Especialista en gestión pública, comunicación estratégica y marketing político, ha impulsado proyectos sociales y de desarrollo regional.