El día martes 22 de julio, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público anunció una nueva emisión de bonos para capitalizar a Pemex. Se trata de una decisión necesaria que busca aliviar el estrés financiero de la empresa más estratégica del país. Hoy, Pemex arrastra una deuda de más de 100 mil millones de dólares, deuda que se disparó durante el sexenio neoliberal de Enrique Peña Nieto, cuando se duplicó al pasar de 50 mil millones al nivel que está hoy en día.
Los críticos llaman al rescate de Pemex una locura. Dicen que la empresa es un barril sin fondo. Que sería mejor vender las refinerías a empresas privadas y concentrarse únicamente en la extracción, que es el negocio más rentable para el país.
Pero ese razonamiento tecnocrático olvida algo fundamental: la soberanía energética no se mide únicamente en pesos y centavos, también se mide en seguridad nacional. Apostar por la refinación no es un capricho: es una necesidad estratégica. Y no somos los únicos que lo entendemos así. Dos de las economías más grandes del planeta, China e India, han apostado fuerte por desarrollar sus propias refinerías. ¿Por qué? Porque entienden que quien depende del extranjero para abastecer su energía, es vulnerable.
China es ya el mayor refinador de petróleo del mundo, y exporta combustibles con valor agregado. India ha construido una de las mayores redes de refinación en Asia, procesando petróleo barato y vendiendo combustibles refinados. Ellos también pudieron optar por dejarlo todo a los privados. No lo hicieron, porque saben que la energía es poder.
En cambio, México después de 30 años de neoliberalismo, importa todavía el 56% de la gasolina que consume y cerca del 70% del gas natural. Además, el país cuenta con apenas 6 días de reservas de gas, lo que nos vuelve sumamente vulnerables si nuestro vecino del norte decide cerrarnos los ductos. Si eso sucediera se paralizan nuestras fábricas, nuestros hogares y nuestro sistema eléctrico en menos de una semana.
En lugar de reforzar esta dependencia, el proyecto de la 4T ha apostado desde su unicio por rescatar a Pemex y fortalecer la capacidad nacional de refinación. La nueva refinería de Dos Bocas, la rehabilitación de las seis refinerías existentes, y la compra de Deer Park en Texas, no son gastos: son inversiones para el futuro.
Además, las refinerías no solo producen gasolina. Son el corazón de una cadena de valor que incluye fertilizantes, plásticos, textiles, y que sostiene miles de empleos en estados como Veracruz, Tabasco, Campeche y Tamaulipas. Y ni qué decir de la industria petroquímica: ahí está el verdadero valor agregado, ahí está la oportunidad para generar riqueza, desarrollo y tecnología mexicana.
México debe tener trenes de refinación modernos que nos permitan transformar aquí, en casa, los recursos que ya tenemos. La apuesta del Gobierno de México por el rescate de Pemex no es una ocurrencia: es una estrategia nacional integral que combina crecimiento interno, liderazgo regional, seguridad energética y autonomía geopolítica. Eso es soberanía. Eso es inteligencia estratégica.
A quienes se preguntan por qué insistimos en la refinación cuando «el mundo va hacia energías limpias», les invito a mirar a Alemania, que en 2023 regresó al carbón ante los problemas energéticos causados por su dependencia del gas ruso. Por supuesto que la transición energética debe ser una meta, pero aún faltan varios años para alcanzarla. Mientras tanto, México debe tener cómo abastecerse por sí mismo mientras diseña y pone en marcha una estrategia de transición energética justa.
Rescatar a Pemex, ampliar su capacidad y fortalecer la industria energética nacional no es populismo, es pragmatismo. México debe dejar de ser vulnerable. Y para lograrlo, debemos ver la energía como lo que es: un pilar de nuestra economía y nuestra libertad como país.